En El jinete polaco de Antonio Muñoz Molina es fácil perderse. El lector se encuentra confrontado con un laberinto de tramas, de pasados y presentes cargados de sentimientos. El relato parte de dos puntos de referencia, desde las vidas de los protagonistas Manuel y Nadia, los que recientemente han tenido una segunda oportunidad de conocerse y enamorarse. La primera tuvo lugar décadas antes, cuando los dos eran adolescentes en el pueblo andaluz ‘Mágina’: él ensimismado por un amor desesperado y juvenil, harto de la vida campesina y pobre de sus padres; ella la americana-española, la extranjera visitando el país natal de su padre con ojos y mente despiertos. En el punto de partida de la novela ellos son adultos y acaban de verse por azar en su ámbito profesional. Ella reconoce a Manuel, el joven de Mágina, y ambos sienten una atracción el uno por el otro.
Nadia promueve e impulsa a Manuel a mirar atrás, hacia su infancia y adolescencia, hacia sus orígenes que durante mucho tiempo ha querido olvidar. Por tanto el encuentro entre Manuel y Nadia sirve como remedio principal de la novela para construir una relación de sentido entre el pasado y el presente. Mediante las preguntas de Nadia, su interés interminable por lo que es la historia y identidad de Manuel, él se sumerge en los abundantes recuerdos que residen en su mente, pero que hasta entonces no había querido tocar. Esta mujer, que ha compartido una parte de su pasado sin que él lo hubiera sabido, funciona como el elemento de conexión entre su vida pasada demasiado aferrada a Andalucía, y la vida presente demasiado inquieta como traductor simultáneo, que él ha elegido para distanciarse lo máximo posible de la realidad de sus padres. Con un baúl lleno de fotografías hechas por el fotógrafo local de Mágina, Ramiro Retratista, los dos reconstruyen un pasado que afecta a ambos. Se cuentan lo que recuerdan de sus propias experiencias, pero también y en gran parte lo que les han contado otros, los padres de Manuel, sus abuelos, sus amigos, el padre de Nadia. Juntos intentan localizarse en una historia de la vida más allá que su breve existencia: “No empujados por una vocación desinteresada de saber, sino por la mutua necesidad de encontrarse en los hechos que los precedieron y los originaron, Manuel y Nadia buscan en el bául que Ramiro Retratista legó al comandante Galaz […]” (34). En dicho proceso de recordar, Nadia no solamente funciona como fuerza motriz, si no que también proporciona información esencial que da sentido a los acontecimientos y personajes del pasado, y que tapa los huecos en la narrativa. Con sus cuentos, la figura mítica del comandante Galaz se convierte en una persona real y humana, en el padre de Nadia. Manuel había oido hablar de él durante su niñez sin saber quién era: “En la huerta de mi padre el tío Rafael, el tío Pepe y el teniente Chamorro hablaban muchas veces de él, me impresionaba ese nombre tan rotundo y tan raro que sólo era posible atribuir a un hombre imaginario” (26). Igualmente, el personaje del Praxis gana importancia y carácter, cuando se convierte del mero profesor de instituto de Manuel en el primer amante de Nadia.
La novela presenta el pasado como punto de referencia para orientarse, y así establecer una sensación de formar parte de un continuo de vida, de compartir raíces con sus antecesores – lo que hasta el encuentro con Nadia le faltaba a Manuel. Por tanto, el relato se subdivide en varias tramas, siguiendo las vidas y experiencias no solamente de Nadia y Manuel, sino también de otras personas que han sido importantes en sus vidas y que fueron documentadas en las fotografías de Retratista. La novela a menudo sugiere que dichas subtramas se originan de los recuerdos e imaginaciones de Manuel y Nadia. Una secuencia sobre el padre de Manuel, por ejemplo, es introducida por la frase “Quiero imaginarme los días de su pubertad” (151), otra sobre sus padres por “Miro sus caras y tengo la sensación de que nunca los he conocido verdaderamente” (109), y una sobre su madre con “Dice mi madre que” (54). Sin embargo, el narrador Manuel, aunque marque su presencia con inserciones como “me decía” (116) en una parte sobre su abuelo, o dice “mi abuela Leonor” (118), parece más un narrador omnisciente con gran capacidades de compenetrarse con los distintos personajes. Esa impresión se intensifica con los frecuentes cambios de voz narrativa de primera a tercera persona, que podemos discernir, por ejemplo, en las páginas 33/34, 157/158 y 378. En esos fragmentos, de repente ya no escuchamos la voz de Manuel o Nadia, sino la de un narrador heterodiegético con focalización interna. Cuando Manuel desaparece como narrador que está contando una historia mirando atrás al pasado, también se produce un efecto peculiar en cuanto a la relación entre pasado y presente: el lector ya no percibe la diferencia entre los dos niveles del tiempo. Así, el pasado pierde su clasificación de estar pasado y gana en efecto. Como, además, las secuencias que tienen lugar en el pasado ocupan gran parte de la novela, incluso se podría afirmar que en El jinete polaco de Muñoz Molina el pasado es más presente que el presente de sus dos protagonistas Manuel y Nadia. ¿Qué significado tiene dicha afirmación con respeto a la relación de sentido entre pasado y presente? Por una parte, podría indicar un comentario del autor sobre la cualidad del pasado en general, implicando que todo pasado fue alguna vez la realidad presente de alguien. Además, demuestra la conexión vital entre los tiempos: el pasado no solamente tiene una influencia muy grande sobre el presente y ocupa gran parte de él, si no que además el presente hasta se define en comparación con el pasado y por eso deriva de él.
Aquella conexión entre pasado y presente está marcada en la novela mediante varios elementos. Un ejemplo es una canción que perdura en las infancias de al menos tres generaciones: “Esa misma canción la había cantado mi abuela Leonor cuando era niña, y ya entonces parecía tan antigua como el romance de doña María de las Mercedes: aún perduraba en mi infancia […]” (55). Otro elemento son los lugares de Mágina, que han sido visitados y ‘utilizados’ por todos, pero que al contrario de los patrimonios culturales como las canciones, están sujetos a los cambios en el tiempo.
Hasta cambia el nombre de la plaza del General Orduña a “de Andalucía” (570) al final de la novela, la que siempre había funcionado como punto de orientación central para los ciudadanos de Mágina. Así los lugares revelan otro aspecto de la relación entre pasado y presente. En vez de subrayar la conexión entre ambos y la continuidad del tiempo, exhiben la ruptura entre ‘entonces’ y ‘hoy’. Para Manuel la experiencia de ver su ciudad tan cambiada le produce sensaciones de decepción y desamparo:
«He pasado por allí cuando iba al cementerio a ver la tumba de mi abuela Leonor y me parecía que estaba en otra ciudad. No conocía las calles, buscaba los descampados adonde nos íbamos mis amigos y yo para fumar […] y sólo he encontrado urbanizaciones sin aceras, garajes, talleres de coches […]». (571)
Hasta le da rabia: “De modo que esta barbarie que ha venido creciendo como un tumor sin que yo supiera o quisiera advertirlo es mi ciudad y mi país la residencia privilegiada y única de mi memoria […]. Lo miro todo y te lo cuento y me gana la rabia […]” (571). Manuel se da cuenta del tiempo que ha pasado y le cuesta aceptar que la ciudad que él asocia con su pasado ya no existe en el presente, que ahora solamente está preservada en su memoria. Al igual que le sucede al comandante Galaz cuando vuelve a Mágina con su hija adolescente, Manuel ya no puede confiar en los lugares que le sirven como puntos de referencia, sino que tiene que acudir a sus recuerdos y cuidarlos bien.
Para llevar al lector al universo de la memoria, El jinete polaco recurre a diversas técnicas narrativas. Una es la referencia a objetos que pertenecen al mundo pasado, como los cántaros que las mujeres llevan a la fuente (25), las aldabas (47/48), los lecheros (47) o la momia de la Casa de las Torres (23, 25). También hay ciertos espacios que evocan la vida sencilla, retrasada, campesina en una ciudad andaluza pequeña durante la primera mitad del siglo XX. Los dos que más destacan son la huerta del padre de Manuel y el mercado donde venden la hortaliza.
Uno de los efectos de memoria más potentes en la novela de Muñoz Molina – que también marca su estilo inconfundible – es el uso de elementos ambientales. Allí los ejemplos son numerosos. Cuando Manuel recuerda su pasado, a menudo lo hace mediante olores, ruidos o colores y luces. Se repiten las menciones de olores que asocia con su infancia y juventud: el olor a estiércol (22, 24) o a humo (21, 182) que pasa por las calles de Mágina, el olor “a barro y a pana y a hierba segada” (81) del padre y del abuelo cuando vienen del campo, o el del armario “donde se guardaban una caja de lata con billetes de la República” (32). Las impresiones visuales sirven como otro remedio para crear un ambiente difuso de tiempos pasados. Por una parte, Mágina es presentado como lugar con muchos colores durante el día: se habla del sol “amarillo y estático” (160), del “azul oscuro” de la Sierra (79), o de los “caseríos blancos” (79). Al contraste, por la tarde y noche prevalecen la penumbra y la sombra (21, 23, 24, 57), las “luces amarillas” (22).
Igualmente importantes son los sonidos que caracterizan la memoria de Manuel y que ayudan al lector a distinguir el pasado del presente. Aparte de las canciones, que ya he mencionado, el narrador describe los ruidos de las ruedas metálicas (23, 49), los llamadores (24) o el sonido de las campanas de iglesia (182).
Dichos elementos ambientales y la manera de mezclarlos ayudan a crear una temporalidad difusa y pausada, que predomina en todo el relato. A veces incluso se expresa aquel estado, en lo que por tanto recordar el pasado e imaginar el porvenir se pierde la orientación de tiempo:
«el tiempo de este anochecer no se parece al de mi vida de ahora, […], gira huyendo y regresa en una tenue perennidad de linterna de sombras en la que algunas veces el pasado ocurre mucho después que el porvenir y todas las voces, los rostros, las canciones, los sueños, los nombres, relumbran sin confusión en un presente simultáneo» (28).
En consecuencia, el lector se deja llevar, sigue, como si estuviera soñando, las descripciones detalladas del narrador y los saltos repentinos en un período de tiempo que comprende más que un siglo.
La manera de interpelar al lector, y las cualidades que se esperan de él son muy distintas en el caso de La conquista del aire de Belén Gopegui. Lo que la autora formula en el prólogo como programa narrativo exige tanto de su propio texto como de la atención y consciencia crítica del lector. Con su novela quiere aportar algo que no funcione como “mero artefacto estimulador de sensaciones” (9) en nuestros “tiempos confusos” (9), sino algo que apele a la inteligencia. En vez de conseguir que el lector “deje, durante algunas horas, de pensar y se limite a responder a los estímulos de la lectura con obediencia” (10), pretende despertar sus capacidades analíticas para que la novela pueda cobrar “significado narrativo” (11). Para Gopegui el “territorio de lo novelable” es lo siguiente: “emoción y conciencia, razón y sentimiento, el mito y el logos” (11).
A pesar de que ambos autores describen tiempos confusos, lo hacen con motivos muy distintos: Muñoz Molina cuenta la confusión de dos individuos (y de los personajes que estos dos recuerdan) sin querer nombrar claramente las razones de dicha confusión y sin pretender deducir conclusiones generales sobre la formación de ella. El narrador confronta al lector con un enredo de recuerdos y sentimientos sin filtro. Al contrario, Gopegui nos presenta tres personajes principales que aunque al mismo tiempo sufren de incertidumbre y confusión, intentan analizar sus emociones y comportamientos con la mirada más objetiva que un sujeto puede conseguir. Por tanto, el motivo de Gopegui no solamente es demostrar la confusión, sino examinarla y dar sugerencia sobre sus raices y, al final, llegar a unas conclusiones sobre el funcionamiento de la sociedad a finales del siglo XX. Citando sus propias palabras: quiere “mostrar algunos mecanismos que empañan la hipotética libertad del sujeto personal” con una historia de dinero.
Para llevar a cabo dicho programa narrativo, utiliza procedimientos narrativos que, lógicamente, también están en oposición con los que he discernido en el relato de Muñoz Molina. La primera observación se refiere al narrador de La conquista del aire: se trata de un narrador que demuestra constancia en su focalización interna y en su posición heterodiegética. Lo que caracteriza a este narrador omnisciente es que distribuye su atención más o menos por igual a los tres protagonistas y que, por tanto, no favorece a ninguna de las perspectivas individuales. Marta, Santiago y Carlos tienen el mismo derecho de articular sus pensamientos y sentimientos y de ofrecer sus explicaciones de lo que les está pasando. Aquella multiperspectiva ya garantiza cierta objetividad, que se intensifica con las personalidades de los personajes. Todos los tres – al igual que los dos personajes secundarios Guillermo y Ainhoa – disponen de un interés por los mecanismos sociales y de la capacidad de analizarlos en sus propios comportamientos. Eso se demuestra en los diversos diálogos que – en oposición con la novela de Muñoz Molina – marcan el relato de Gopegui, pero también en los monólogos internos. Los analisis que Guillermo y Santiago realizan del acto de prestar dinero a Carlos sirven como buenos ejemplos. Guillermo comprueba que “Si Marta había decidido prestarle dos millones a Carlos, eso significaba de haber aceptado la posibilidad de perderlos” (34). Santiago, por su parte, considera las opciones de haber actuado diferentemente:
«De acuerdo, él no creía en Carlos ni en su empresa, ni tal vez en el hecho ideológico que el préstamo significaba. Pero sí creía en la multitud. En la necesidad de la multitud. Disponer de un argumento para no prestarle los millones quizá le hubiese causado alivio, pero lo cierto era que también le habría dejado con la angustia de saber que nadie iba a prestárselo en su lugar.» (46)
Dicho estilo incisivo y analítico destaca en toda la novela. Así el narrador omnisciente describe los cambios y conflictos que suceden en las relaciones sociales entre los personajes a partir del préstamo. En un período de pocos años se desintegran no solamente la amistad entre Marta, Santiago y Carlos, sino también las relaciones entre Marta y Guillermo, Santiago y Sol, y Carlos y Ainhoa. Según el relato de Gopegui el dinero atraviesa todos los aspectos de la vida y la consciencia, y posee el poder de descomponerlos. Marta, por ejemplo, después de haber dejado el dinero a Carlos, de repente percibe su trabajo como una “cárcel”, porque ya no puede salir tan temerariamente como antes: “Miraba los papeles acumulados como si el trabajo fuese obligatorio, fuese ‘más’ obligatorio que antes” (21). También afecta su inclinación hacia tener hijos o no – uno de los puntos de discordia en su relación con Guillermo: “Una mala situación económica podía afectarla lo bastante como para inclinar hacia un lado la balanza, hacia el lado de las dudas y las dificultades” (35). Aquí la novela ya ofrece un comentario sobre la ‘hipotética libertad del sujeto’: Marta cree que el dinero le da libertad y se siente privada de esa libertad después del préstamo. El lector atento y crítico puede discernir el error en el razonamiento de Marta, la que no se da cuenta de que el dinero, en vez de darle libertad, le mete en una posición de dependencia y sumisión.
Dicha influencia del dinero se puede observar en otros instantes. En Carlos el acto de pedir una suma tan alta a sus amigos y el miedo de fracasar con su empresa le produce la sensación de ser vigilado y presionado, y por último sentirse solo: “En otras circunstancias habría llamado a Santiago o se habría pasado por casa de Marta y Guillermo sin avisar. Pero ahora ellos, igual que Lucas, igual que Ainhoa, formaban parte de su cansancio” (39/40). Incluso su mujer y su hijo le parecen “aun sin ellos quererlo, dos focos de comisaría” (52).
De repente, surgen varios sentimientos negativos entre los amigos. Santiago, en un momento, casi pierde la fe en la amistad: “Qué mierda de vida, pensó, si la amistad es esto, si la amistad consiste […] en mover el dinero de una cuenta a otra” (48). Siente envidia de Marta, la que al contrario que él “sí podía permitirse ser generosa” (83), y rencor hacía Carlos: “Carlos lo había malgastado todo” (119). Marta, por su parte, tiene que admitir que después de años de amistad con Carlos, ahora tiene pensamientos celosos hacia él: “Habían hablado noches enteras, tenían siempre una copia de la llave de la casa del otro, habían compartido los coches, se habían visto felices y furiosos y desesperados, y cómo ahora iba a pensar en Carlos con celos, sí, con celos porque Carlos tenía cuatro millones y ella no” (96). En este último ejemplo otra vez aparece la capacidad de los personajes de distanciarse de sus propios sentimientos. Marta nota su celos con incredulidad, y por su manera de yuxtaponer los celos con el valor de la amistad de muchos años le facilita al lector de ver el abismo que el préstamo ha creado. Aquí el narrador explícitamente apela al la consciencia crítica del lector presentándole la discrepancia entre lo que Marta quiere ser y sentir, y lo que siente y es en realidad. Algo parecido ocurre cuando Santiago se muestra muy comprensivo con los fallos que han cometido Marta y él en cuanto a su comportamiento después del préstamo: “Hemos convertido los cuatro millones en una exigencia [de Carlos] que a nosotros nos dejaba cargados de derechos” (292). La pregunta que él hace – “Pero, Marta, ¿podíamos habernos comportado de otra manera?” – no es solamente una interrogación retórica a ella, sino también una pregunta verdadera al lector. Al final de la novela, después de haber conocido a los personajes y sus ideales y comportamientos le impulsa a reflexionar sobre alternativas. En consecuencia, La conquista del aire cumple con su motivo de presentar “emoción y conciencia, razón y sentimiento” (11). No se conforma con la mera presentación de sentimientos, siempre los plantea en un contexto social más amplio, en el cual los sentimientos son evaluados.
Otro aspecto que sirve la activación del lector, que le hace estar atento, es la ubicación de los personajes en una ideología política y una clase social. Especialmente para Marta y Santiago sus orígenes de familia pobre y rica tienen mucha importancia. Marta habla de “su mala conciencia de niña rica” (191) y hay una “premis que había aceptado sin cuestionarla”: “Quien paga tiene derecho” (191). Santiago, por el contrario, siente mala conciencia por vivir en una casa tan exquisita con Leticia (197) y por dejar de ser pobre (310), como lo fue su familia.
Como todos los personajes revelan sus expectativas venerables hacia la vida ideologicamente correcta, se vuelven vulnerables y facilitan al lector la crítica hacia sus opiniones pronunciadas y sus imperfecciones. Santiago, por ejemplo, afirma al principio de la novela que el dinero no le hace falta “porque no quería una casa mejor ni hacer viajes extravagantes” (30). Sin embargo, al final del relato eso es exactamente lo que él tiene y hace, aunque sea por impulso de su esposa Leticia: una casa mejor y viajes extravagantes. Al fin y al cabo parece que la sugerencia de Belén Gopegui sobre que la socialización es tal “que el dinero crece con el sujeto, construye su conciencia” (13) se confirma a través de su novela La conquista del aire.
Fuentes:
Antonio Muñoz Molina. El jinete polaco. Editorial Seiy Barral. Barcelona (2006).
Belén Gopegui. La conquista del aire. Editorial Anagrama. Barcelona (1998).